viernes, septiembre 09, 2011

LIBERTAD, SEGURIDAD Y CIUDADANÍA HOY

-Recientemente hemos tenido la oportunidad de observar, algunos, y de vivir, otros, movimientos y manifestaciones provistos de un substrato aparentemente común: el reclamo de un mayor (si no total) protagonismo de la "sociedad civil" en la cosa pública.

Como es lógico, esta exigencia cuenta con un definido origen histórico que podemos vislumbrar e identificar dentro de una acotación temporal reciente. Y, en este sentido, tres son las palabras clave que aquí escogemos para abordar con relativo éxito la empresa: libertad, seguridad y ciudadanía.

Desde un punto de visto antropológico, el hombre parece experimentar intermitentemente dos deseos en apariencia contrapuestos: el afán de libertad y la búsqueda de la seguridad. También, desde una perspectiva global, las sociedades han ido serpenteando en una secuencia política pivotando entre estas dos tentativas, llegando a cosificarlas y a convertirlas en una dualidad no complementaria. Evolutivamente, tal proceso evoca una sencilla operación matemática: a mayor aumento de libertad surge un connatural temor que acaba generando intentos casi desesperados por imponer una más férrea seguridad. Pendulando en un espectro temporalmente reciente, el momento de la libertad estaría simbolizado en el liberalismo, y el momento de la seguridad en el comunismo.

Un avance de nuestro tiempo es el intento de conciliar libertad y seguridad como si de una suerte de solución hegeliana se tratase, ya que vivimos en un mundo que teoréticamente intenta garantizar grandes espacios de libertad que sean capaces de convivir con amplios lugares de seguridad. No obstante, las sociedades siempre son activas por un arrollador y a veces, un absurdo deseo de cambio, al cual se le otorga el sacro nombre de "progreso" y que tiene por fin traer el paraíso, un paraíso secular a la tierra. Además, una de las grandes enfermedades congénitas de la llamada Modernidad, el "cortoplacismo", tiene por efecto que este proceso se enmarañe y acelere y que existan profundos problemas para armonizar el contenido semántico de esta libertad y esa seguridad.

En un plano más específico, podríamos traducir nominalmente estos dos conceptos en relación a la perversión que su sentido ha experimentado: para la libertad, individualismo; para la seguridad, muchedumbre (entendida como una colectividad aporética y desordenada). En fin, egotismo y globalidad.

Un perfecto ejemplo de lo hasta aquí expuesto lo constituye el Movimiento 15-M, que reclama, por un lado, "una democracia más participativa", que entenderemos como una vía de llegada a la democracia directa, lo que supone, en definitiva, una solución política basada en el auto-gobierno (momento de libertad) y por otro lado, medidas encaminadas hacia la consecución de un Estado socializado intentando galvanizar a sectores ulteriores del movimiento (momento de seguridad). Y, bajo este contradictorio reclamo, subyace ese ferviente deseo ya comentado: un mayor protagonismo de la sociedad civil (momento de libertad) bajo el amparo de una colectividad heterogénea (momento de seguridad).

Si hasta ahora hemos descrito los vaivenes zigzagueantes que han sufrido la libertad y la seguridad en un tiempo ciertamente pronto, entendidos como base de un sistema, hasta llegar hegelianamente a una relativa feliz ecualización, ambos conceptos se pueden enfocar desde un parámetro diferente, aunque ligado al primero.

En una escala no sistémica, pero aún social, los deseos de libertad y seguridad, conjugados, fueron instilándose en la conducta de hombres y mujeres que compartían un destino común confeccionando una actitud que una vez petrificada creó una red de comportamientos que desembocaron en lo que se ha venido denominando como ciudadanía, ciudadanía que puede incluso habitar distintos sistemas políticos, aunque clásica e históricamente se contuvo idealmente en la república. Así, en la definición misma del concepto de ciudadanía encontramos una de las más eficientes combinaciones entre libertad y seguridad en conexión, como ya se ha dicho, no solo a un sistema político, sino a la conducta civil, trascendiendo polos ideológicos hasta llegar a empapar ya todo el ámbito social permitiendo una regulación armónica entre las distintas individualidades en concomitancia con la globalidad propia de una sociedad, una sociedad que se autogobierna a partir del zoon politikon aristotélico. De este modo, la ciudadanía puede definirse como aquél conjunto de personas que son capaces de darse a la sociedad por encima de sus individualidades. Y si en un principio este "darse a la sociedad" pudiera inducir más a pensar más en términos de seguridad que de libertad, existe una característica indispensable e irrenunciable, a saber: que el ciudadano debe incidir personalmente en la cosa pública, sin representantes, sin intermediarios, fundamentalmente en defensa de esta y con el derecho y la obligación de portar armas, incluso llegando a dar la vida por su país, y por tanto, por él mismo. Conducta dadora y solidaria entre los miembros de una sociedad más que intelecto o enciclopedismo.

Pero volviendo otra vez al hoy, y partiendo de la patogénesis que ha supuesto la implementación y aceptación de los valores ilustrados, los conceptos de libertad y seguridad han quedado trastocados y desvalorizados. Según el eje descrito, la libertad se ha llegado a equiparar históricamente con una ambición e iniciativa desmedida, con el abuso y la desigualdad; por el contrario, la seguridad se ha planteado en términos de prohibición, eliminación de la individualidad, o, dicho de otro modo, de devastación de las voluntades personales, dado que las representaciones empíricas recientes de la libertad y la seguridad (liberalismo y comunismo) han fracasado o están en vías de fracasar política y socialmente. No obstante, para dar una definición más o menos aceptable de estos dos conceptos partiremos del clásico estudio de Isaiah Berlin. Para empezar, Berlin distingue perfectamente entre dos tipos de libertad: la libertad positiva y la libertad negativa. La libertad negativa sólo se materializa frente a los obstáculos y es gregaria únicamente por coincidencia, lo cual proyecta un sentido más cercano al concepto de "seguridad necesaria" que al de libertad. En cambio, la libertad positiva ha de entenderse como el potencial que permite la autodeterminación personal en total compenetración y consonancia con la de otros seres, verdadera, por tanto, libertad.

Y si libertad es potencial y autodeterminación, también convendría discriminar entre dos tipologías históricas de seguridad. Se puede entender la seguridad como una muralla ante elementos exteriores y contrarios a los aceptados y fagocitados moral y legalmente. Pero, ¿qué ocurre con la seguridad interior? ¿Podemos permitirnos concebirla solo frente a los obstáculos? No. Una seguridad plena siempre lleva consigo implícita una palabra: responsabilidad. La seguridad basada en el aliento de una gran masa, de un grupúsculo en ocasiones insoportablemente excesivo, de una colectividad informe y espectral, solo lleva a una falsa sensación de protección y a una dinamitación interna. Hoy, la seguridad basada en el miedo genera prohibición, tensión e intentos de homogeneización excesivos. Hoy, la seguridad debería nacer de la responsabilidad para originar mediante esta lo que en la cultura anglosajona se conoce como autolimitación: en la autolimitación se encuentra la libertad más impoluta y la seguridad más solida. La autolimitación permite un autogobierno consciente, un fuerte y estrecho sentido de la responsabilidad social, una dación de generosidad y solidaridad para con la sociedad, y todo ello en un puzzle dotado de toda la consistencia posible por pivotar sobre la base del equilibrio. El combo democracia directa-Estado socializado es un error europeo típicamente continental. Este tándem explica un momento crucial en la Historia europea: otra vez, a mayores cotas de libertad, obsesión por la seguridad, lo cual parte sin duda de una irresponsabilidad ante esta libertad y de un individualismo feroz que no es capaz de cuajar con la sociedad y que en su intento de seguridad precisamente la uniformiza obturando, en realidad, todas las individualidades de la manera más radical. Sin una cultura de la autolimitación y sentido de la responsabilidad ante una libertad positiva surgen figuras nacidas al calor de un trastornado y volteado deseo de seguridad, llámese Stalin, llámese Mao, o llámese Hitler. Hoy, gracias a las nuevas relaciones virtuales y a Internet, sabemos seguro que la democracia directa llegará, y hay que estar preparado para afrontar ese momento de libertad sin reclamar medidas absurdas ornamentadas de un falso sabor de seguridad que lo que hacen es, precisamente, actuar en un sentido contrario al deseado.

A mayor aumento de libertad, mayor aumento de responsabilidad social y del propio sentido de sujeto individual: en caso contrario, no somos más que un deshecho y una piltrafa ante la libertad.

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