domingo, diciembre 19, 2010

UNA VIOLENCIA MÁS VIOLENTA




-En ciertos momentos, no puedo dejar de escandalizarme al contemplar ciertos hechos. Más, a raíz de la reflexión que un buen amigo me comunicó tras la salida de una Filmoteca donde proyectaban la magnífica película Toro Salvaje. Se trata de una película dura y bastante cruda plagada de reflejos de una sociedad profundamente machista y violenta. A cada comentario amenazador por parte de los protagonistas a sus mujeres, la gente reía. Incluso, cuando el maravilloso De Niro-LaMotta pegaba a su mujer, se oía cierto rumor de risas un tanto más aplacadas. Para mayor indignación de mi amigo, al término del estupendo film una chica comentaba que en realidad De Niro-LaMotta era un buen hombre, y que le caía bien. Un hombre que pega a su mujer le cae bien a una mujer.

Estoy viendo ahora mismo un programa en Antena 3 llamado Vídeos Vídeos, que parece ser de contenido humorístico, porque todo es humor. Un niño se ha caído y se ha golpeado la cabeza contra una mesa, con el consiguiente dolor y llanto. Se escuchan unas fuertes risotadas. Unos costaleros llevan a un Cristo en procesión. Parece que el peso es demasiado, los costaleros ceden y el Cristo cae. No quiero ni imaginarme el golpe que se han dado. Vuelven a sonar risas de fondo. Ahora, unas niñas adolescentes juegan al baloncesto. Hay una fuerte rivalidad en los rebotes. Una niña le tira el balón a otra dirigiéndolo a sus partes íntimas, y acaban por pelearse como auténticas bestias, con una furia y una violencia inusitadas para unas niñas de su edad. Más risas. Ahora, un hombre se ha caído y se ha hecho añicos la rodilla. Se va cojeando y con una expresión en su cara que muestra un gran dolor. Qué gracia. Ahora, un hombre le pide a otro el periódico y lo tira al suelo, para indignación del segundo. Por supuesto, también más risas. Pero lo más impactante de todo ha sido ver como en un programa destinado a que unos se rían de otros, salen unos vídeos de unos africanos que bailan una danza, probablemente folklórica, y suenan más risas de fondo.

Cuantas veces hemos oído abanderados y abanderadas proclamando contra viento y marea la condena de la violencia de género o el respeto a otros pueblos y culturas. Quizá sean los mismos que contribuyen a la creación de un nuevo tipo de violencia, o no tan nuevo, pero sin duda  presente en la sociedad de hoy. Programas como este o cadenas como Telecinco nos violentan a diario. He tenido la oportunidad de ver un programa llamado Mujeres, hombres y viceversa, y otro llamado Sálvame. Siendo sincero, no suelo verlos,  pero, siendo sincero, en algún momento he sentido la curiosidad de verlos. Y lo que he visto ha sido el uso de un morbo absolutamente sucio y una violencia y humillación descarnadas mostradas en el ámbito de las relaciones de pareja, es decir, la publicación y publicitación de ciertas tensiones e impulsos libidinales que han de pertenecer al más estricto espacio privado e íntimo. También he visto la introducción de la política en un programa de perímetro rosa, o lo que es  lo mismo, la máxima frivolización de la política, bien reflejado en una especie de "documental" llamado La princesa del pueblo. 
Poco a poco, estos programas, o por mejor, decir, proyectos de violencia explícita están conectando cuestiones de la índole más importante (como las relaciones amorosas y la política) con la frivolidad, la insustancialidad y lo morboso.

Pero esto no deja de ser la consecuencia lógica de una sociedad infectada, viciada y despreocupada de si misma, fruto, entre otras cosas, de la introducción de un nuevo tipo de violencia. Partiendo de la base de que la violencia es inherente a absolutamente todo ser humano, este siempre ha buscado las maneras de reducirla, dosificarla o canalizarla. Quizá, el aspecto más relevante en este sentido ha sido la condena legal del asesinato y del homicidio, cosa que no es cierta, ya que no existe tal condena, sino una monopolización por parte del Estado. La culminación, que es paroxística, de este proceso , ha sido una teórica total condena social a cualquier manifestación de violencia. Ante este imposible ontológico, progresivamente se ha condenado la violencia más evidente, la física. En una sociedad cada vez más enrevesada y perspectivista, la violencia física resulta ser la más primitiva, y lo primitivo no tiene cabida en la civilización, en un sitio corroído por el "progreso", un progreso virtual, pero fructífero. Es preferible humillar a alguien, o proferirle los más absolutos "golpes" psicológicos o morales antes que darle un bofetón. Pero este tipo de despliegues suelen realizarse cuando nacen de un precedente agravio personal. Si el agravio es social, toda manifestación brusca es entonces mal vista. En cierto sitio donde está prohibido fumar, he visto gente fumando. La labor de un individuo comprometido con la cosa pública, y responsable para con su sociedad, es prohibir al individuo que rompe las reglas romperlas, es decir, prohibirle que fume. Y si no se hace, es por cobardía o por falta de responsabilidad con la sociedad de la cual él es partícipe.

El animal político que debiera ser el hombre, esto es, un sujeto comprometido con la sociedad en la que vive y deseoso de participar en ella, ha muerto. Además, una violencia más violenta, por sutil, difícil de definir y aceptada plenamente, nos invade. La combinación es mortal, y así se explica que en el imaginario de cierta gente De Niro-LaMotta sea buena gente, que nos provoque risa la burla a otras culturas y el dolor ajeno, que la humillación y el morbo se hallan normalizado y que seamos unos cobardes: en último término, que la sociedad de asco.

domingo, diciembre 05, 2010

SOBRE RELIGIÓN

La religión. Tema antiguo, tan antiguo como el hombre. Cuestión moderna, tan moderna, que hoy sigue vigente. Algo importante se juega.
La religión sigue siendo un tema recurrente. Harto frecuente resulta ser su evocación, sea para denostarla, para enaltecerla, o para justificar múltiples actitudes. Dentro de ciertas condiciones de posibilidad y determinados límites, el propósito de este post no es otro que el de clarificar el concepto de religión, y, en ese sentido, el de realizar un intento de aproximación lo más certero posible a su esencia radical, a su naturaleza más íntima, a su médula espinal. El acercamiento se hará desde un punto de partida propedéutico, metodológico: la fenomenología. El punto de llegada procurará ser el de una teorética global y definitoria, tanto a nivel conceptual como a niveles prácticos.
En base a este esquema, el primer punto obligado es definir nuestro concepto de fenomenología. Tomado como proceso simbiótico entre el hecho y la conciencia, entre el fenómeno y la psique, su ámbito de estudio no puede ser otro que el del desentrañamiento de la esencia de la realidad a través de lo que nos es presentado. Así, la fenomenología religiosa consiste en el estudio de las esencias de la religiosidad en función  de sus manifestaciones concretas, que son las religiones mismas. En este punto cabe preguntarse, ¿qué es una religión?
A priori, una religión es un sistema cultural. Un sistema podría ser definido como un conjunto de elementos que interactuados entre sí de manera lógica componen un objeto. Y, por supuesto, un sistema se halla bajo el influjo de un contexto cultural. Lejos de la pretensión de establecer una definición total de cultura, estandarizaremos el concepto, en relación a lo que a nosotros concierne, como un modus vivendi establecido y aceptado.
Teniendo cierto conocimiento de lo que es una religión a nivel global, habrá que atender a los elementos mentados que la configuran como un sistema.
El primero, y quizá, el más importante, sería el de la trascendencia. Podría ser explicado como lo que rebasa y supera nuestra inmanencia, lo enteramente otro a nosotros, la antítesis de nuestra esencia vital. No se puede captar, y de ella nos separa un abismo ineluctable. Su tipología es bifronte, pudiendo ser personal o impersonal (de hecho, es en este punto donde hemos de buscar la significación de santo). A pesar de todo lo dicho, el hombre, desde la perspectiva religiosa, es dependiente de esta trascendencia. ¿Cómo superar tal oxímoron?
Llegamos al segundo elemento constitutivo de la religión: los símbolos. Existe una tipología de simbolos que pasan por los espaciales, los temporales, los objetivos (en cuanto objeto) y los subjetivos (en tanto personas). El símbolo puede ser definido como una realidad que trae a colación otra (y en nuestro caso, otra que no puede ser aprehendida). Con respecto al primer tipo, el ejemplo perfecto es el templo. La segunda categoría es ejemplificada por ciertos días señalados, como el domingo, día del Señor. Asimismo, entran en juego los objetos (altar, ropajes determinados y específicos), y, como no podía ser de otro modo, los sacerdotes. Con todo, el símbolo supone la expresión tangible de la sacralidad que nos permite de alguna manera acercarnos a  la trascendencia.
Un tercer elemento que configura las religiones es la cosmovisión, esto es, una determinada proyección del mundo basada en una concepción personalista.
Otro principio fundamental es la ética, concebida como un sistema de valores que dan sentido a la propia vida del que profesa una religión. Aquí también existe variedad entre personas y grupos.
Quinto fundamento religioso, básico, es el concepto de salvación. El religioso lo es porque en la religión encuentra su salvación, solución única a la finitud del ser humano. El origen del concepto estriba en una pulsión psíquica: la tensión del ser humano en superar su propia contingencia. Así pues, la salvación constituye
la culminación de un proceso de liberación del yo y de plenitud.

En base a la asunción de todos los componentes citados, advertimos que la religión no es solo filosofía y no es solo moral, ni por supuesto magia, aunque comparta con ellos ciertos puntos comunes. Que no solo es filosofía, es evidente, al igual que no es únicamente moral. Pero, ¿en qué se diferencia de la magia?
A la hora de aproximarnos al concepto de magia, hay que atender a los dos principios básicos que la definen. Por un lado, según James George Frazier en La rama dorada, la magia se fundamenta en el principio de imitación: lo semejante produce lo semejante. Un ejemplo de ello son las construcciones de muñecos para clavarles alfileres. Ese daño a un objeto semejante a cierta realidad concreta, será daño a la realidad concreta. Según la magia, en la imitación radica el éxito.
Por otro, tenemos el automatismo ritualista o causalidad automática, basado en el ex opere operato: a partir de la acción obrada, lo obrado. Haciendo una cosa, se sigue otra cosa. La efectividad se infiere de la fórmula causa-efecto automático.
De este modo, el rezo, ¿no es más magia que religión? Quizá, pero el rezo conlleva el componente salvacional y ético. Por otro lado, la magia domina la trascendencia en función de unos intereses particulares; con la religión, la trascendencia siempre opera por encima del hombre.

La religión, la magia y la religiosidad popular han corrido por las mismas sendas, pero un proceso de depuración ha conferido a la religión su carácter específico y concreto. Y es que el hecho religioso ha acompañado al hombre desde el principio de su existencia, si bien, no siempre con los mismos atavíos. En un primer momento, podemos establecer el hecho religioso con el nombre de religiones cósmicas, privativas de las épocas más primitivas que imaginarse puedan, de donde deriva su lógica. El hombre, en sus primeros momentos de existencia, se sentía inferior e independiente con respecto a la naturaleza que le rodeaba. Empero, su pretensión es controlarla en base a la reproducción de los ciclos vitales. En este sentido, el hombre aún no ha introyectado la alienación como observatorio de la naturaleza desde afuera: se encuentra absolutamente engarzado a ella.
Con el correr del tiempo, el hecho religioso evoluciona, pudiéndose hablar ya de religiones de interioridad, las cuales poseen un fuerte componente místico. Concebidas como procesos internos catárticos, de purificación, el cosmos externo ya no importará, lo cual nos revela un proceso de identificación con la trascendencia, que habita en nuestras entrañas, constituyéndose como un estado del alma.
Por último, podemos hablar de religiones de la historia o proféticas: Dios ha venido manifestándose en la historia, lo que indica una proyección histórico-divina de comunicación de Dios con los profetas. Karl Jaspers habló del tiempo eje: la generación de un cambio radical de la humanidad entre el 800 y el 200 a.C., tomando como punto álgido el 500 a.C. Es aquí donde se desarrolló la especulación humana y cuando el hombre consiguió distanciarse de la naturaleza, analizándola. Esta época da a luz el budismo, las formas últimas del hinduísmo, la filosofía..., es decir, el paso del mito al logos. 
En la segunda fase ya podríamos hablar de la religión como "potencia de lo subjetivo", distinguiendo así entre magia y religión y viendo el nacimiento de la teología, del discurso sobre Dios.