domingo, diciembre 05, 2010

SOBRE RELIGIÓN

La religión. Tema antiguo, tan antiguo como el hombre. Cuestión moderna, tan moderna, que hoy sigue vigente. Algo importante se juega.
La religión sigue siendo un tema recurrente. Harto frecuente resulta ser su evocación, sea para denostarla, para enaltecerla, o para justificar múltiples actitudes. Dentro de ciertas condiciones de posibilidad y determinados límites, el propósito de este post no es otro que el de clarificar el concepto de religión, y, en ese sentido, el de realizar un intento de aproximación lo más certero posible a su esencia radical, a su naturaleza más íntima, a su médula espinal. El acercamiento se hará desde un punto de partida propedéutico, metodológico: la fenomenología. El punto de llegada procurará ser el de una teorética global y definitoria, tanto a nivel conceptual como a niveles prácticos.
En base a este esquema, el primer punto obligado es definir nuestro concepto de fenomenología. Tomado como proceso simbiótico entre el hecho y la conciencia, entre el fenómeno y la psique, su ámbito de estudio no puede ser otro que el del desentrañamiento de la esencia de la realidad a través de lo que nos es presentado. Así, la fenomenología religiosa consiste en el estudio de las esencias de la religiosidad en función  de sus manifestaciones concretas, que son las religiones mismas. En este punto cabe preguntarse, ¿qué es una religión?
A priori, una religión es un sistema cultural. Un sistema podría ser definido como un conjunto de elementos que interactuados entre sí de manera lógica componen un objeto. Y, por supuesto, un sistema se halla bajo el influjo de un contexto cultural. Lejos de la pretensión de establecer una definición total de cultura, estandarizaremos el concepto, en relación a lo que a nosotros concierne, como un modus vivendi establecido y aceptado.
Teniendo cierto conocimiento de lo que es una religión a nivel global, habrá que atender a los elementos mentados que la configuran como un sistema.
El primero, y quizá, el más importante, sería el de la trascendencia. Podría ser explicado como lo que rebasa y supera nuestra inmanencia, lo enteramente otro a nosotros, la antítesis de nuestra esencia vital. No se puede captar, y de ella nos separa un abismo ineluctable. Su tipología es bifronte, pudiendo ser personal o impersonal (de hecho, es en este punto donde hemos de buscar la significación de santo). A pesar de todo lo dicho, el hombre, desde la perspectiva religiosa, es dependiente de esta trascendencia. ¿Cómo superar tal oxímoron?
Llegamos al segundo elemento constitutivo de la religión: los símbolos. Existe una tipología de simbolos que pasan por los espaciales, los temporales, los objetivos (en cuanto objeto) y los subjetivos (en tanto personas). El símbolo puede ser definido como una realidad que trae a colación otra (y en nuestro caso, otra que no puede ser aprehendida). Con respecto al primer tipo, el ejemplo perfecto es el templo. La segunda categoría es ejemplificada por ciertos días señalados, como el domingo, día del Señor. Asimismo, entran en juego los objetos (altar, ropajes determinados y específicos), y, como no podía ser de otro modo, los sacerdotes. Con todo, el símbolo supone la expresión tangible de la sacralidad que nos permite de alguna manera acercarnos a  la trascendencia.
Un tercer elemento que configura las religiones es la cosmovisión, esto es, una determinada proyección del mundo basada en una concepción personalista.
Otro principio fundamental es la ética, concebida como un sistema de valores que dan sentido a la propia vida del que profesa una religión. Aquí también existe variedad entre personas y grupos.
Quinto fundamento religioso, básico, es el concepto de salvación. El religioso lo es porque en la religión encuentra su salvación, solución única a la finitud del ser humano. El origen del concepto estriba en una pulsión psíquica: la tensión del ser humano en superar su propia contingencia. Así pues, la salvación constituye
la culminación de un proceso de liberación del yo y de plenitud.

En base a la asunción de todos los componentes citados, advertimos que la religión no es solo filosofía y no es solo moral, ni por supuesto magia, aunque comparta con ellos ciertos puntos comunes. Que no solo es filosofía, es evidente, al igual que no es únicamente moral. Pero, ¿en qué se diferencia de la magia?
A la hora de aproximarnos al concepto de magia, hay que atender a los dos principios básicos que la definen. Por un lado, según James George Frazier en La rama dorada, la magia se fundamenta en el principio de imitación: lo semejante produce lo semejante. Un ejemplo de ello son las construcciones de muñecos para clavarles alfileres. Ese daño a un objeto semejante a cierta realidad concreta, será daño a la realidad concreta. Según la magia, en la imitación radica el éxito.
Por otro, tenemos el automatismo ritualista o causalidad automática, basado en el ex opere operato: a partir de la acción obrada, lo obrado. Haciendo una cosa, se sigue otra cosa. La efectividad se infiere de la fórmula causa-efecto automático.
De este modo, el rezo, ¿no es más magia que religión? Quizá, pero el rezo conlleva el componente salvacional y ético. Por otro lado, la magia domina la trascendencia en función de unos intereses particulares; con la religión, la trascendencia siempre opera por encima del hombre.

La religión, la magia y la religiosidad popular han corrido por las mismas sendas, pero un proceso de depuración ha conferido a la religión su carácter específico y concreto. Y es que el hecho religioso ha acompañado al hombre desde el principio de su existencia, si bien, no siempre con los mismos atavíos. En un primer momento, podemos establecer el hecho religioso con el nombre de religiones cósmicas, privativas de las épocas más primitivas que imaginarse puedan, de donde deriva su lógica. El hombre, en sus primeros momentos de existencia, se sentía inferior e independiente con respecto a la naturaleza que le rodeaba. Empero, su pretensión es controlarla en base a la reproducción de los ciclos vitales. En este sentido, el hombre aún no ha introyectado la alienación como observatorio de la naturaleza desde afuera: se encuentra absolutamente engarzado a ella.
Con el correr del tiempo, el hecho religioso evoluciona, pudiéndose hablar ya de religiones de interioridad, las cuales poseen un fuerte componente místico. Concebidas como procesos internos catárticos, de purificación, el cosmos externo ya no importará, lo cual nos revela un proceso de identificación con la trascendencia, que habita en nuestras entrañas, constituyéndose como un estado del alma.
Por último, podemos hablar de religiones de la historia o proféticas: Dios ha venido manifestándose en la historia, lo que indica una proyección histórico-divina de comunicación de Dios con los profetas. Karl Jaspers habló del tiempo eje: la generación de un cambio radical de la humanidad entre el 800 y el 200 a.C., tomando como punto álgido el 500 a.C. Es aquí donde se desarrolló la especulación humana y cuando el hombre consiguió distanciarse de la naturaleza, analizándola. Esta época da a luz el budismo, las formas últimas del hinduísmo, la filosofía..., es decir, el paso del mito al logos. 
En la segunda fase ya podríamos hablar de la religión como "potencia de lo subjetivo", distinguiendo así entre magia y religión y viendo el nacimiento de la teología, del discurso sobre Dios.

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